Ángel Olaran afirma que a una persona es más barato alimentarla que matarla
El misionero vasco explica la dura situación que vive la población del Tigray. Ángel Olaran afirma que a una persona es más barato alimentarla que matarla. Nos comenta que la gente etíope le pide que aún no vuelva a Wukro, Etiopía, y que consiga aquí dinero para ayudarles.
Escrito del padre Ángel Olaran
Cuando llegamos a Wukro el año 1993 encontramos que, en cuestión de desarrollo agrícola, de ganadería, el escolar -académico-, de servicios, se hallaba a un nivel muy bajo. Alguna vez lo he comentado que, muchas casas eran museos de miseria -por debajo de la pobreza-, pero templos de dignidad.
Había un sentir común de vecindario, de pertenecer a una comunidad, de seguridad, de querer mejorar. La acogida que nos dispensaron desde el primer momento hizo que nos sintiéramos en casa.
Contra el sentir de las personas de mi entorno, salí de Wukro el 28 de octubre pasado a que me operaran de glaucoma. Me pedían que no fuera a España dado el peligro que suponía el Covid-19. Insistían en que allí estaba más seguro.
Dado el desarrollo del Covid-19 en aquellos días, mi plan era el de operarme al poco de llegar y volver a Wukroen cuanto la recuperación me lo permitiera, antes de que comenzaran a cerrar los aeropuertos. Inesperadamente el 4 de noviembre comenzó la guerra. El 28 de diciembre tenía las maletas y el pasaje de vuelta preparados, y los amigos de allí, al enterarse de mi viaje, comenzaron a pedirme que no volviera. Y así hasta el día de hoy.
La lista de los horrores que está sufriendo la población del Tigray es tan extensa como degradante
Los soldados que iban llegando a los pueblos proclamándose salvadores, comenzaron a pasar casa por casa robando, quemando, matando, violando de la manera más brutal, inhumana, degradante, humillante en Wukro y alrededores -de hecho, en todo el Tigray-, y hasta hoy. Robaron todo el material que se podían llevar, desde mantas, colchones, pucheros, camas, destrozando o quemando el resto, tanto de las casas como de los hospitales, centros de salud, bancos, fábricas, iglesias, universidades, escuelas, comercios. Destrozaron y quemaron huertas y almacenes con alimentos.
Hacia finales de noviembre, la ciudad civil de Wukro, cuando no había militar alguno en ella, fue bombardeada, a intervalos, por 5 días, con aviones, misiles, drones, tanques, cañones… Fábricas como la de zapatos y curtidora y la de mármoles que daban trabajo a unas 1000 personas, sufrieron grandes destrozos. Antes se habían llevado ya la maquinaria. La gente vive en un estado de miedo, incertidumbre, tensión algo desconocido en esa sociedad.
De las grandes instituciones internacionales: la ONU, la Unión Africana, la UE, diferentes embajadas se despachan documentos denunciando las atrocidades y pidiendo a los dirigentes que paren las hostilidades y cese el genocidio contra la población tigriña. Ya ni siquiera se trata de una guerra entre bandos contrarios: la sociedad civil es atacada solo por ser tigriña. Incluso los soldados violan a las mujeres tigriñas con un mensaje étnico: tenemos que erradicar la “semilla” tigriña.
Con todo, uno no puede menos que preguntarse: cómo es que esas instituciones internacionales, que se proclaman ser los árbitros del bien y del mal, no se cuestionan por el origen de esas armas. Ni, por la poca vergüenza, la injusticia de los países productores y exportadores de las armas, España entre ellos, pregonando que las envían -sería ofensivo decir que las venden- para mantener la paz.
Desde el comienzo de la guerra, el 4 de noviembre, las fronteras están cerradas y apenas llega la ayuda humanitaria
A una población de, al menos 1 millón de personas, Wukro incluido, hace unos dos meses le llegó, a cada familia, 23 kg de harina de trigo y un mes después 3 kg más de otro tipo de harina. Podía haber familias de una persona o de 9, todos recibían lo mismo -bueno, como con las bombas-.
Los hospitales, lentamente comienzan a poder ofrecer algún servicio, pero se encuentran con unos pacientes mal alimentados, incluidas mujeres embarazadas y niños, y eso a pesar de que algunas tiendas comienzan a vender productos alimentarios y de higiene a precios exorbitados. Los bancos siguen cerrados en su mayoría; con todo muy poca gente tiene acceso a un trabajo asalariado.
Es mucho más barato alimentar a una persona que matarla
Con 70 céntimos de euro una persona puede desayunar, comer y cenar, todo discretamente. Hoy día para que muera, para matarla, se montan ejércitos, aviones, drones, tanques, cañones, fusiles, balas y nunca dejarán de matarla por algún fallo logístico u otro: todo funciona como la mejor orquesta. Pero nos encontramos con un muro perimetral de toda la región del Tigray, cuando se trata de hacerles llegar alubias, vitaminas, antibióticos, bolis y cuadernos para los niños.
El Reverendo Martin Luther no se quejaba de que los malos hicieran el mal, sino de que, los buenos no hicieran el bien. Y sin lugar a duda hay personas que hacéis/hacen el bien, y os agradezco a quienes, de manera continuada o esporádica seguís apoyando con cariño a esa parte del Tigray que ha puesto su confianza en nosotros. Espero que por parte de la gente de buena voluntad que lleguéis a leernos, no nos encontremos con el muro de la indiferencia.
Mis amigos de allí –Tigray- aún se alegran de que la guerra me haya cogido aquí y me piden que aún no vuelva… y como un segundo pensamiento: trata de conseguir dinero -desde luego que no piensan en comprarse una pistola para seguridad personal-. Y dinero vamos a necesitar; de hecho, con lo que ya vamos enviando se está consiguiendo alimentar algunas familias, comprar algunas mantas, algo de medicación.
Que Dios nos inspire a todos.
Ángel Olaran
Imagen del padre Ángel Olaran en nuestra Fundación a mediados del año 2019.