El testimonio de Maider sobre la guerra de Tigray y el sufrimiento de Wukro
A primeros de noviembre del año pasado se inició el conflicto bélico en Etiopía y a continuación publicamos el testimonio de Maider sobre la guerra de Tigray y el sufrimiento de Wukro para sobrevivir. A Maider Arostegi, integradora social de Alegia, Guipuzkoa, le tocó vivir los bombardeos de la población de la región del Tigray, en el norte de Etiopía. Es en Wukro donde el Padre Ángel Olaran llegó a principios de los noventa para poner en marcha una escuela de secundaria para acabar implantando un innovador sistema de ayuda a huérfanos, ancianos, enfermos de sida y de las personas más necesitadas.
Maider Arostegi, en la sede de la Fundación CIS Ángel Olaran, octubre 2021.
Testimonio de la guerra
Maider Arostegi vivió in situ la guerra. Vivió una pesadilla y ahora es un testimonio del conflicto bélico en Tigray. Ha trascurrido un año, pero recuerda con gran lucidez el día en que comenzó todo. “Nos cambió la vida a todos de un día para otro, totalmente. Era un martes por la noche, el 3 de noviembre de 2020. Nos acostamos, y a la una de la madrugada comenzamos a escuchar tiros y explosiones porque empezaron a atacar una base militar que hay entre Wukro y Agula. Nos cogió por sorpresa. No los esperábamos. Yo ya tenía el plan de trabajo hecho para el día siguiente”.
Maider, que nos ha facilitado la imágenes de esta publicación, no tardó nada en darse cuenta de que había quedado incomunicada con el mundo: “Miré el teléfono móvil para saber la hora y me di cuenta de que no tenía línea de teléfono, ni internet y no tenía nada. Entonces ya dejé de pensar que fuera algo de la calle, y pensé que era algo más, eran explosiones y se alargaron hasta las 10 de la mañana del miércoles. Aquella noche no pude dormir”.
Finalizaron los ataques de aquella primera noche y llegó el momento de salir de las estancias de la Misión. “Cuando salí a la calle me di cuenta de que todo estaba parado. Todo estaba cerrado, no veías ni un tuk-tuk, no había circulación. Todo estaba absolutamente parado. Sobre las 10 de la mañana paró la lucha y fue cuando me dijeron que los militares del Tigray consiguieron contener a la policía federal de Etiopía. Ese día no trabajamos. Por la tarde bajaron al pueblo los que estuvieron luchando en la montaña y se montó una gran fiesta. Estuvieron celebrando de que habían ganado. Al día siguiente volvió la normalidad, pero se escuchaban bombardeos de lejos. Por la noche se veía el reflejo de las explosiones”.
La guerra solo había hecho que empezar. “A partir de ese día, cada vez escuchaba como las explosiones se iban acercando, pero no sabíamos que estaba pasando porque no teníamos comunicación y no podíamos preguntar que estaba ocurriendo en Adigrat o en Mekelle, ni en Agula, que solo está a 8 kilómetros de Wukro. Tampoco teníamos transporte”.
Los combates se fueron intensificando
“A medida que iban pasando los días, cada vez teníamos la lucha más cerca y pensamos que algún día nos iba a tocar a nosotros”. Maider, asegura que a pesar de la grave situación “no pasé miedo. Era bastante inconsciente. La verdad es que no tenía miedo. Yo seguí cada día trabajando. Me faltaba acabar pintar un trozo de pared del aula porque habíamos puesto el techo y la electricidad, y me quedaba pintarlo. Yo seguía trabajando y, mientras, escuchaba las explosiones, pero a lo lejos al principio, y después, cada vez más de cerca”.
“También una de cosas que hicimos fue embarrar los coches de la Misión para evitar que fueran detectados por los aviones para ser bombardeados. Los camuflamos con barro y cacas de vaca de la Misión”.
Maider sigue recordando cómo lo vivió
“El día 24 de noviembre, a las 8 de la mañana, desde Wukro empezaron a lanzar misiles. Era un no parar. Los lanzaban los del TPLF del Tigray. Era como un juego. Los lanzaban para que no se les acercasen en defensa de la capital Mekelle. Ese día por la tarde, nos impactaron tres misiles en Wukro. Y al día siguiente, eran las 07:45 cuando empezaron a lanzar misiles contra nosotros. Al final del día pregunté, y me dijeron que al menos nos habían lanzado unos 300 misiles. Yo, ya lo veía venir y me metí debajo de la cama, pero pronto nos fuimos todos a resguardarnos en la Sacristía. Estuvimos así todo el día hasta las siete y media de la tarde, luego paraban. Duró cinco días. Aquel día, en la Misión estaba con Abba Gebre, Abba Samu, Aleka -el guarda-, Efren, y Kidan -la cocinera-”.
“Al día siguiente, otra vez… y además vinieron aviones y drones que lanzaban bombas, y siguieron también con los misiles de largo y corto alcance… Ahora conozco todos sus sonidos. Ya sabía cuando se trataba de un avión, de un dron o de un misil. El ruido que hacían los drones cuando se acercaban no lo olvidaré nunca. Además, quiero comentar que llegó un momento en que sabíamos desde donde nos lanzaban los misiles. Cuando los oíamos, nos situábamos al lado de una u otra pared dependiendo de la dirección de donde venían para que si en el caso de que nos impactara fuera lo menos grave posible y nos mantuviéramos con vida. Fue horrible”.
“Los ataques continuaron durante cinco días, y eso que Wukro no estaba luchando. El ejército del TPLF, del Tigray, se retiró a las montañas”.
“Estuvimos sin salir de la Misión durante unos 11 días. Oía como caía la metralla en el tejado, y cuando explotaban los misiles al lado de la Misión… Cayeron en todas las calles de alrededor, pero a nosotros nos alcanzaron. Tuvimos muchísima suerte, puesto que murieron muchas personas en los bombardeos, y yo estoy viva”.
“Recuerdo que, en el segundo día, estando en la Misión, vinieron los vecinos con un niño de tres meses que nos lo traían a nosotros para ver si teníamos leche en polvo o algo para darle de comer porque a su madre le había alcanzado la metralla cuando tenía al niño en su espalda. Le había alcanzado la metralla por el cuello y la mató. No teníamos nada…”.
“Mucha gente murió. Muchas personas que no les mató una bomba directamente después acabaron falleciendo por las heridas, o al no poder ser atendidas. No se podía atender a los heridos. Recuerdo que, en el cuarto día, Abba Gebre llevó a un hombre herido a Agula. También recuerdo que una amiga que había tenido gemelos tuvo hemorragias y terminó muriendo…”
Ocupación de Wukro
“El sexto día, a las 8 de la mañana, empezó a entrar el ejército eritreo. En Wukro estaba la milicia del Tigray, que eran unos 2.000 en la ciudad y empezaron a luchar… Y entraron los tanques que disparaban a todo lo que se movía, les daba igual todo. Nos mantuvimos todo el día escondidos. Me dijeron que en el primer día de bombardeo murieron unas 200 personas”.
“Ya teníamos la ocupación de los eritreos. Vinieron a la Misión pidiéndonos las llaves de los 4 coches para llevárselos. Los días de la ocupación fue peor porque empezaron a romper las puertas, saquear, destruirlo todo… En la Misión ya solo quedábamos los dos Abbas y yo. Los eritreos nos venían al menos cinco o seis veces al día. Algunas veces nos pedían azúcar y arroz. Yo estaba en la puerta -porque ya no había los guardas- y también me tocaba abrirles. Me preguntaban sobre la Misión, qué hacíamos… Estuve de suerte porque no tuve ningún problema”.
“Después de esos 11 días, salí a la calle y que quedé flipada porque pude ver todos los daños de las bombas, y los destrozos de los eritreos».
«Quedé flipada por lo que hicieron, los eritreos destrozaron la ciudad de Wukro. La saquearon y la destrozaron. Era increíble. Yo salí y me dije: ‘Esto no es Wukro’. Wukro, la conocéis, la música, el ruido, los tuk-tuk… Antes del bombardeo, yo ya veía lo que venía y le pregunté a un compañero de si era mejor irse al monte o quedarse en la ciudad porque la gente se marchaba al monte. Me dijo que no sabía que pasaba en el monte y entonces decidí quedarme en casa. Si me iban a matar, ‘mejor que me pille caliente, no en el monte con las hienas’. Al salir a la calle no había nadie porque se habían ido al monte”.
“Tras todos esos días, intentamos recuperar la normalidad. Por la mañana ayudaba en el ‘Shaday’, que es un orfanato donde viven de 150 huérfanos. Por la tarde, visitaba las casas de nuestras familias y de los niños que habían de empezar en el colegio conmigo”.
Denúncia de violación de los derechos y la utilización del hambre como «arma de guerra»
Maider asegura que “están haciendo limpieza étnica. Están usando el hambre como un arma de guerra. No tienen escuela, no hay sanidad pública, no hay nada, imagínate. Aunque no haya grupos armados en la región, ha habido bombardeos, la población tiene miedo; nos atacaron con drones, misiles, aviones durante cinco días, aunque los de Tigray no combatían. La escalada bélica se intensificó tras la ocupación del ejército etíope y eritreo. Cometieron crímenes contra los derechos humanos.»
«Los soldados entraron en las casas, hubo saqueos, destruyeron o vaciaron edificios, también el hospital, quemaron casas, se llevaron todo tipo de material clasificándolo por camiones. Había camiones llenos de frigoríficos, de bicicletas, de colchones, otros de bidones para que no pudieran ir a buscar el agua necesaria para vivir… Los soldados mataron, violaron a las mujeres… Las vidas de una persona o un perro tienen el mismo valor para los ejércitos ocupantes”.
“A niños de 18 años les dan un arma y los dejan a su libro albedrío. Hay casos de violaciones, violaciones en grupo. Violaciones de todas las edades, la menor desde una niña de 8 años a la mayor de una anciana de más de 70 años. En Wukro, hay una congregación de hermanas católicas y también violaron a dos monjas… Estas monjas denunciaron los hechos y, a continuación, regresaron los perpetradores y volvieron a violarlas… Si se atreven a esto… Es increíble lo que han hecho. Una ciudad sin Ley. Esto es la punta del iceberg de lo que está ocurriendo y de lo poco que sabemos por qué la información está restringida a trabajadores humanitarios y a periodistas”.
Dos millones de personas desplazadas internas y 60.000 huidas a Sudán
“Como he oído decir a Ángel en diversas ocasiones, hay dos millones de personas desplazadas internas y unas 60.000 huidas a Sudan, muchas familias están separadas, las mujeres están muriendo en el parto, los niños, la gente ha empezado a morir por enfermedades y por el hambre. Todo el mundo sabe que han cometido violación de los derechos humanos, pero mira para otro lado”.
Con el paso del tiempo, la situación ha ido empeorando. La cooperante de Alegia recuerda que “ya se han producido las primeras muertes de hambre. La situación es realmente muy crítica y es dramática. Es una lástima que estando en 2021 pase esto y se permita algo así. No pudieron hacer la siembra porque bloquearon las semillas, mataron a todos los animales y robaron todas las herramientas para que los agricultores no pudieran trabajar sus tierras, les han amenazado con matarlos si les pillan trabajando. En noviembre del año pasado no pudieron recoger la cosecha porque estábamos en guerra. Esto ha implicado que ahora no tengan alimentos. Están comparando la situación que puede venir con la hambruna que hubo en los años 80. Si nadie hace algo ahora, dentro de nada esas horribles imágenes de 1985 se repetirán en Tigray. La crisis humanitaria puede ser muy dura”.
Ángel Olaran recuerda la hambruna de los ochenta
Sobre la hambruna, Ángel Olaran nos explicó en su día que “hay que recordar que la hambruna de 1984-85 no fue por falta de comida. Aquel año la cosecha fue fatal. En lugar de pedir ayuda, el Gobierno derivó a la población hacia los campamentos de refugiados sin agua ni comida. Muchos murieron por tifus y cólera. Ahora, aunque el gobierno pidiera ayuda, esa ayuda quedará en la frontera, ya que está bloqueada”.
Para completar la información sobre la subsistencia alimentaria del Tigray, nos remitimos a los comentarios del vídeo que grabamos antes de que Ángel volviera a Etiopía: “En Tigray, el 85 % de la población es campesina, tienen una hectárea de tierra por familia. Solo llueve en julio y agosto, los diez meses restantes son de secano. Por muy buena que sea la cosecha, con una hectárea, una familia puede sobrevivir de cinco a seis meses, el resto del año viven gracias al programa gubernamental de trabajo a cambio de comida. Al Gobierno le llegan las semillas y con esas semillas paga a los que trabajan en la construcción de infraestructuras, en la reparación de carreteras… Gracias a esa comida llegan a la siguiente cosecha. Este año no han podido sembrar, entonces la dependencia de esta ayuda externa para sobrevivir será total, pero las fronteras están cerradas y no permiten la entrada de semillas. Eritrea tiene estas semillas bloqueadas en la frontera”.
Diferentes escenarios a lo largo del primer año
Desde el 4 de noviembre de 2020 en que estalló la guerra civil en Etiopía hasta que Ahmed dio por concluida su aplicación de ‘Ley y Orden’ en Tigray el 28, fecha en la que el ejército etíope llegó a la capital del Tigray, Mekelle, la lucha no cesó y las consecuencias de la guerra civil se tradujeron en miles de fallecidos, millones de desplazados y poblaciones destrozadas.
A finales del pasado mes de junio, el ejército etíope tuvo que retirarse del Tigray y lo dejó totalmente incomunicado. En octubre, iniciaron una nueva ofensiva contra la región del norte de Etiopía y también bombardearon su capital, Mekelle.
Vivir para volver a Wukro
Casi a finales de junio, se cortaron las comunicaciones con Tigray. Hasta entonces, prácticamente cada día, Maider hablaba por teléfono con sus amigos de Wukro y este contacto diario le permitía seguir “emocionalmente conectada” con ellos. Empatizaba con sus dificultades por sobrevivir y con su lucha diaria por satisfacer las necesidades más básicas. Han pasado casi cuatro meses y son contadísimas las ocasiones en las que ha vuelto a saber de su “familia etíope”.
Cuando vino por primera vez a Mollerussa, a principios de octubre acompañando al Padre Olaran, nos confió el “ritual” que tiene cada día y que también durante esos días con nosotros siguió poniendo en práctica. “Cada día llamo por teléfono a tres contactos que tengo en Wukro. Desde finales de junio que no me han contestado porque las comunicaciones están cortadas, pero tengo la confianza en que un día me responderán. No pierdo la fe en ello. Sé que volveremos a hablar…”.
A Maider no le cuesta nada expresar sus sentimientos: “Ahora mismo siento mucha tristeza por todo lo que han perdido las personas que viven en Wukro. Sin medios para subsistir y con un sistema sanitario destruido y saqueado. El Gobierno etíope obstaculiza el acceso humanitario. La población se ha visto desplazada, la mayoría de sus propiedades han sido saqueadas y la mayoría necesita ayuda de emergencia en alimentación, higiene y medicación”.
A pesar de la dura experiencia y los malos momentos que vivió durante el conflicto bélico, tiene muy claro que “mi deseo es volver cuanto antes a Wukro y poner en marcha de nuevo el programa. Es muy duro estar aquí y estar pensando en cada momento en lo mal que lo deben estar pasando allí. Cada día me levanto y leo las noticias de allí. Es ya como una obsesión y a la vez siento impotencia por no poder estar con ellos y ayudarles. Lo único que podemos hacer es darles voz y recoger dinero. Eso es lo que me ayuda a mí a sentirme un poquito mejor porque no puede dejar de sentir como les has dejado. Es muy difícil”.
Decir Adiós a Ángel Olaran
Maider se despidió de Ángel el pasado 18 de octubre en Hernani, localidad natal del misionero, tras un Acto de la Asociación Wukro Hernanirekin. “Fue muy duro. Era una conexión muy fuerte que tenía aquí con Wukro mediante Ángel. Ojalá pueda llegar pronto a Wukro. Le dije que ‘abra las puertas’, que detrás voy yo. Le entregué todas las cartas de amor que he escrito para todos aquellos amigos, familia que dejé allí y que ahora no puedo comunicarme con ellos”.
“Nuestra intención era que viajáramos juntos a Etiopía y pudiéramos entrar en el Tigray y regresar a Wukro. Sin embargo, lamentablemente no ha podido ser porque la región está cerrada totalmente por parte del gobierno etíope al acceso de personal humanitario, periodistas, y evidentemente, para cualquier otro ciudadano…”.
No se olvida de sus amigos tigriños que “desde el 23 de junio siguen sin comunicación y no sé nada de ellos, cómo estarán… Me gustaría que supieran que aquí los queremos y no los olvidamos”, expresa con una tristeza que le parte el corazón.
Maider sabe que “ahora Wukro no es el mismo Wukro que yo conocí la primera vez cuando viajé aquel febrero de 2015, una ciudad de 40.000 habitantes. Comprendí lo que es la alegría, la celebración de la vida misma, el sentido de pequeñez y la finitud, la importancia del momento presente. Para ellos, el futuro es incierto -para todos-, la vida es hoy”.
La ilusión de volver a Wukro
A pesar de todo, ella es valiente, no se da por vencida y reitera con convencimiento que “estoy ilusionada con volver a Wukro y reiniciar el proyecto de educación con los niños con discapacidad intelectual. Sé que algún día esto será posible, aunque será mucho más difícil. Vivo por ello. Estoy convencida de que lo lograremos y después de mi experiencia allí estoy segura de que desde aquí tendremos todo el apoyo necesario. Contamos con ello. Como dice Ángel, ‘Insha’Allah (si Alá/Dios quiere)’”.
También puedes saber más sobre la integradora social en la publicación: Maider Arostegi cambió su vida para ayudar a Ángel Olaran. Una publicación en la que se explica cómo vivió los bombardeos de Wukro y la guerra de Tigray, que terminó con su programa para niños con discapacidad intelectual.