Si Dios volviera a la tierra no lo haría mejor que lo hizo
El Padre Ángel Olaran nos envió su Carta de Navidad 2017 en la que afirma que «si Dios volviera a la tierra no lo haría mejor que lo hizo».
Carta de Navidad 2017 del Padre Ángel Olaran
En más de una ocasión he oído decir: Si Dios volviera a la tierra, ¿cómo lo haría?, ¿cómo nos encontraría? Si Dios volviera a la tierra no lo haría mejor que lo hizo.
No se encarnaría en el soma, la carne, la parte digna el cuerpo, sino en el SARK, como ya lo hizo en Belén, la sede de lo más indigno de la persona: la humillación, el desprecio, el abandono, el estrés, la angustia, etc. Todo ello lo asimiló y redimió en su persona divino-humana. Y también como entonces, dejaría de programar entre multitudes, y así como se apartó del gran pueblo de Israel, con sus jerarquías políticas y religiosas, templo y demás, para centrarse en el pequeño resto, los anawim, personificado en una mujer desconocida, ignorada, posiblemente, no ignorante, María, del entorno de José, Isabel, los pastores, los que no tienen donde nacer.
Hoy también lo haría lejos del entorno del Vaticano, con perdón Francisco, del de nuestras grandes catedrales, museos, etc. posiblemente nacería entre esos millones de niños mal alimentados, de los que muchos, demasiados, incontables, por desconocidos, mueren cada día. O entre los niños que buscan un refugio, una comida asegurada. De hecho, sin lugar a la menor duda, Jesús muere en cada uno de esos niños: “lo que no hicisteis a uno de estos pequeños no me lo hicisteis a mí”. Difícilmente ha podido dejárnoslo más claro. Me imagino a Jesús, repitiendo hasta la saciedad “quien tenga oídos para oír, que oiga”.
Las autoridades religiosas y políticas de la época de Belén, desoyeron los signos que se les ofrecía y lo persiguieron -sus padres para salvarlo lo llevaron a Egipto-.
¿Cómo lo recibirían nuestras autoridades religiosas y políticas de hoy?
En el entorno de muchos de ellos hay un desprecio abierto hacia el pobre; crean situaciones socio-económicas que, a muchos arrastran al estrés, la angustia, a ser “ninguneados”, ignorados. A la muerte. A esas situaciones que Jesús vivió, asumió y redimió en su condición humano-divina, para que nadie tuviera que sufrirlo de nuevo, pero que sigue siendo la condición a la que están abocados tantos millones de personas. Jesús en su tiempo, sintió lastima y los alimentó, curó física y socialmente. Y también por ellas murió.
Mucha de nuestra política y religión está basada en palabrería barata, de cara a la galería y no de cara a Dios, de cara al pobre. Y nuestra economía ni siquiera prevé la limosna hacia el pobre. Eso solo depende del buen corazón del magnate. A quien hay que agradecer si se digna tener un gesto generoso, sino caritativo. Nada ni nadie se lo obliga. Ni siquiera se ve obligado por el Creador, en quien, sin duda, cree.
A la mayoría de quienes no tenemos cargos ni en la política ni en la religión, si volviera a nacer Jesús, posiblemente nos encontraría sumidos en un letargo vital y emocionados, delante de cualquier templo laico, atraídos por algunos de sus incontables ofrecimientos comerciales. Objetos que ocupan su lugar en la cuna.
Jesús sigue vivo
Volviendo a la pregunta inicial, dentro del plan de Jesús no queda lugar, no hay necesidad de otro nuevo nacimiento. Jesús sigue vivo, emocionado en ese pequeño resto, los Anawim, que lo ven en el rostro de cualquier persona vulnerada, de cualquier niño que sufre, de los que guardan su palabra en el corazón por difícil que sea la situación en la que se encuentren. En los que intuyen lo que se celebra, en el Pan y el Vino bendecidos que nos dejó en la Última Cena. Y sabemos qué en una ocasión, poco después de resucitar, compartiendo el pan con dos de sus discípulos, al bendecirlo lo reconocieron y desapareció de entre ellos. No necesitaron buscarlo, llamarle: estaba en aquel PAN, era aquel PAN compartido. Y sigue estando en este PAN de nuestros días, si sabemos hacerlo, con su mismo espíritu, en memoria suya.
Ese PAN que es Jesús, en el que nosotros como miembros de su cuerpo místico, del que Jesús es la cabeza, también estamos, somos parte de EL. Especialmente los más vulnerables, aun no siendo conscientes de ello. Jesús lo es. Ese PAN, aun hoy se sigue ROMPIENDO, como en la cruz, para ser compartido por la humanidad y en EL también nosotros nos rompemos por la Humanidad. No podemos venerar ese PAN si en EL no veneramos a los más vulnerables.
En el rompimiento del PAN hay un compromiso social hacia ellos, los vulnerables, por parte de los que lo celebran, como en tiempos de los profetas, cuya vocación consistía en gritar los abusos sociales y económicos hacia el pobre. Sin ese compromiso, aseguraban que aquellas celebraciones religiosas producían el rechazo de Dios. Sin ese compromiso social por nuestra parte, no estamos celebrando lo que Jesús instituyó, y difícilmente podrá estar presente en el PAN.
La Adoración al Santísimo Sacramento
A largo de la Memoria Histórica, algo accidental a la celebración, como es la Adoración al Santísimo Sacramento, ha ido ganando fuerza en la devoción de todos, en menoscabo al ROMPIMIENTO con el compromiso social hacia SU REINO de Justicia, de Paz, de Amor, de Perdón, de Hermandad, etc. Sin ningún escrúpulo adoramos al Santísimo Sacramento, incluso por nuestras calles debidamente engalanadas, menospreciando a los vulnerables, ignorando a los pobres.
Pidamos al Niño Jesús que nos de la gracia de pertenecer al grupo de María, José, los pastores para qué con ellos, seamos partícipes en hacer presente, dentro del tiempo atemporal de Dios, la presencia activa y comprometida de Dios en la tierra.
Que la felicidad os invada.